Los medios informativos están a menudo en poder de los poderosos que invierten muchos medios
para tenernos desinformados. El que
quiera informarse correctamente para poder actuar debidamente debe de leer
atentamente este artículo publicado en The Guardian por el profesor Nafeez
Mosaddeq Ahmed.
El Pentágono invierte en las ciencias sociales
Con el fin de la guerra
fría, un escándalo sacudió las universidades estadounidenses: célebres
profesores e instituciones dedicadas a la investigación social estaban siendo
financiados en secreto por el Pentágono. Por un lado, sus opiniones
especializadas estaban influenciadas. Por otro lado, sus investigaciones
estaban siendo orientadas hacia aplicaciones con objetivos militares. Hoy hemos
regresado a aquella situación: el Pentágono es hoy en día el principal “mecenas”
de las ciencias sociales en Estados Unidos. Su objetivo prioritario
es entender qué es lo que lleva a los ciudadanos a implicarse en un movimiento
político… para manipularlos a su antojo.
Un programa investigativo del Departamento de Defensa de
Estados Unidos está financiando los estudios que realizan las
universidades sobre la dinámica (riesgos y momentos decisivos) de los
desórdenes civiles a gran escala a través del mundo, bajo la supervisión de varias
agencias militares estadounidenses. El objetivo de ese programa –de varios
millones de dólares– es desarrollar a corto y largo plazo una «visión
militar» de las problemáticas de política común de defensa con vistas a
su uso por parte de los altos funcionarios y responsables implicados en la
adopción de decisiones y aclarar las políticas que aplican los mandos
militares.
Iniciada en
2008 –año del comienzo de la crisis bancaria mundial–, la Minerva Research
Initiative del Departamento de Defensa apunta a: «fortalecer la comprensión
en el Departamento de Defensa de las fuerzas sociales, culturales,
tendencias del comportamiento y fuerzas políticas vigentes en las regiones del
mundo de importancia estratégica para Estados Unidos».
Entre los
proyectos aprobados para el periodo 2014-2017 hay un estudio de la universidad
de Cornell dirigido por el servicio de investigación científica de la US
Air Force destinado a desarrollar un modelo empírico de «dinámica de la movilización y la propagación
de un movimiento social». Se trata de determinar la «masa
crítica (nivel decisivo)» del contagio social mediante el estudio de las «huellas numéricas» en el caso de: «la revolución egipcia de 2011, las elecciones rusas [legislativas]
de 2011, la crisis de aprovisionamiento en combustible en Níger
en 2012 y el movimiento de protesta del parque Gezi en Turquía
en 2013».
Los mensajes y
conversaciones a través de Twitter serán analizados para: «identificar quiénes son los individuos movilizados en un “contagio”
social y en qué momento se movilizaron».
Otro proyecto
aprobado este año en la universidad de Washington «apunta a descubrir en qué condiciones nacen los movimientos
políticos que buscan un cambio político y económico a gran escala». Ese proyecto,
bajo la dirección del servicio de investigación de las fuerzas terrestres de
Estados Unidos, se concentra en «los movimientos de gran envergadura que impliquen más de
1 000 participantes comprometidos en una acción duradera» y cubriría en
total 58 países.
El año pasado,
la Minerva Research Initiative del Departamento de Defensa financió un
proyecto cuyo título era «¿Quién no
se convierte en terrorista y por qué?». A pesar
de ese nombre, el proyecto mete en la misma cesta a los militantes pacíficos y
a los «partidarios de la violencia política» que sólo
se diferencian de los terroristas en que no se implican personalmente
en el «militantismo armado». El proyecto
apunta explícitamente a estudiar a los militantes no violentos: «En todo contexto es posible
encontrar cierta cantidad de individuos que presentan las mismas condiciones
familiares, culturales y/o socioeconómicas que los que se deciden a implicarse
en el terrorismo y que, aunque no lleguen a la acción armada, sienten
simpatía por los objetivos de los grupos armados. Los estudios sobre el
terrorismo no habían tenido en cuenta hasta hace poco el estudio de
ese tipo de personas. Este proyecto no tiene que ver con los
terroristas sino con los simpatizantes de la violencia política.»
Cada uno de
los 14 estudios de casos del proyecto «recurre
a entrevistas exhaustivas con más de 10 activistas y militantes de
partidos o de ONGs que, a pesar de ser favorables a causas radicales, han
escogido el camino de la no violencia».
Me puse en
contacto con la principal investigadora del proyecto, la profesora Maria
Rasmussen de la US Naval Postgraduate School, para preguntarle
por qué los militantes no violentos que trabajan para diversas ONGs
tendrían que ser vistos como partidarios de la violencia política –y cuáles «partidos y ONGs» estaban incluidos
en la investigación– pero no obtuve respuesta.
El personal de
Minerva también se negó a responder otras preguntas, como qué «causas
radicales» promovidas por ONGs pacifistas podían constituir amenazas
potenciales para la seguridad nacional [de Estados Unidos],
al extremo de ser de interés para el Departamento de Defensa.
He aquí
algunas de mis preguntas: «¿El Departamento de Defensa considera los movimientos de protesta y
el militantismo social en diferentes partes del mundo como una amenaza
para la seguridad nacional de Estados Unidos? En caso
de respuesta positiva, explique por qué.
Militantismo,
oposición, movimientos políticos y, por supuesto, las ONGs son elementos
esenciales para la buena salud de la sociedad civil y de la democracia. Entonces, ¿por qué
subvenciona el Departamento de Defensa la investigación alrededor de ellos?»
La doctora
Erin Fitzgerald, directora del programa Minerva, me respondió: «Entiendo su preocupación y me alegro de que,
al ponerse usted en contacto con nosotros, nos esté dando
la oportunidad de proceder a una clarificación.» Y
me prometió una respuesta más detallada. En lugar de esa respuesta recibí
del servicio de prensa del Departamento de Defensa la insípida respuesta que
reproduzco a continuación: «El Departamento de Defensa toma en serio su papel en la seguridad de
Estados Unidos, de sus ciudadanos y de sus aliados y socios. Aunque
no todos los desafíos en materia de seguridad den lugar a conflictos,
aunque no todos los conflictos implican al ejército estadounidense, Minerva
contribuye al financiamiento de la investigación fundamental en ciencias
sociales y esa contribución mejora la comprensión que el Departamento de
Defensa tiene sobre las causas de la inestabilidad y de la inseguridad en el
mundo. Gracias a esta mejor comprensión de los conflictos y de sus fuentes, el
Departamento de Defensa es más capaz de prepararse para el entorno de mañana en
materia de seguridad.»
Minerva subvencionó
en 2013 un programa de la universidad de Maryland, en colaboración con el Pacific
Northwest National Laboratory del Departamento de Energía, destinado a
evaluar los riesgos de desórdenes civiles vinculados al cambio climático.
Ese programa, de 1,9 millones de dólares en 3 años, desarrolla
modelos tendientes a anticipar lo que podría suceder en las sociedades ante
diferentes escenarios de cambio climático.
Se previó
desde un inicio que el programa Minerva dedicaría en 5 años más de
75 millones de dólares a la investigación en el campo de las ciencias
sociales y del comportamiento. Solamente para el año en curso, el Congreso
estadounidense le ha asignado un presupuesto total de 17,8 millones de
dólares.
Un correo
electrónico interno del personal de Minerva, citado en un trabajo de
maestría de 2012, revela que el programa está orientado hacia la obtención de
resultados rápidos directamente aplicables a las operaciones en el terreno. El
mencionado trabajo era parte de un proyecto sobre «el
discurso musulmán contrarrevolucionario» subvencionado
por Minerva en la universidad del Estado de Arizona.
El correo
electrónico interno del profesor Steve Corman, principal responsable del
programa, relata una reunión organizada por el programa del Departamento de
Defensa titulado Human Social Cultural and Behavioural Modeling (HSCB).
En esa reunión varios oficiales superiores del Pentágono explicaron que la
prioridad es «desarrollar capacidades
que puedan aplicarse rápidamente» bajo la forma
de «modelos y herramientas que puedan integrarse directamente a sus
intervenciones».
Aunque el Dr.
Harold Hawkins, contralor del servicio de investigación de la US Navy,
aseguró desde el inicio a los investigadores de la universidad que el
proyecto era esencialmente «un esfuerzo de investigación
fundamental, de manera que no nos preocupa fabricar cosas y trastos
aplicados», la reunión muestra que el Departamento de Defensa en realidad
está en busca de «resultados sustanciales» en forma de «aplicaciones», escribe Corman
en su correo electrónico. Corman aconsejó a sus investigadores «reflexionar
sobre resultados de entrenamiento, sobre las relaciones, etc., para que ellos
[la gente del Departamento de Defensa] vean claramente satisfecho su
pedido de herramientas para trabajar en el terreno».
Muchos
investigadores independientes critican lo que interpretan como esfuerzos del
gobierno de Estados Unidos por militarizar las ciencias sociales para
ponerlas al servicio de la guerra. En mayo de 2008, la American
Anthropological Association (AAA) escribió al gobierno de
Estados Unidos que el Pentágono no dispone del «tipo de infraestructura para una evaluación
de la investigación antropológica [y de otras ciencias sociales]» capaz
de permitir «un examen por homólogos
que sea simultáneamente riguroso, equilibrado y objetivo» y exhortó
a que aquel tipo de investigación fuese gestionado más bien por agencias
civiles, como la National Science Foundation (NSF).
Al mes
siguiente, el Departamento de Defensa firmaba con la NSF un protocolo de
acuerdo para una gestión conjunta de Minerva. En respuesta, la AAA
advirtió que, aunque las proposiciones de investigación fuesen evaluadas en lo
adelante por los comités de examen de la NSF, «serían
los oficiales del Pentágono quienes tendrían la facultad de nominación para los
puestos de dichos comités».
«… Se mantiene
en el seno de la disciplina la inquietud de que la investigación reciba
financiamiento solamente cuando apoye el programa del Pentágono. Otras
críticas al programa, provenientes en particular de la Red de Antropólogos
Responsables, han objetado que el programa va a desestimular la investigación
en otros sectores importantes y poner en peligro el papel de la universidad
como centro independiente de discusión y de crítica sobre el ejército.»
Según el Dr.
David Price, antropólogo de la cultura en la universidad St. Martin de
Washington y autor de Weaponizing Anthropology: Social Science in Service of
the Militarized State (La antropología como arma: las ciencias
sociales al servicio de un Estado militarizado).
«Cuando usted
toma la mayoría de esos proyectos uno por uno, todo eso parece ciencia social
normal: análisis textual, investigación histórica, etc. Pero cuando usted los
pone todos juntos, todos comparten la misma lisibilidad con todas las
distorsiones de una simplificación excesiva. Minerva subcontrata “al detalle”
sus finalidades globales de una manera que permite a cada uno disociar su
propia contribución del proyecto total.»
El profesor
Price ya mostró cómo el programa del Pentágono Human Terrain Systems
(HTS), concebido para implicar a los especialistas de las ciencias sociales en
las operaciones militares en el terreno, solía realizar sus entrenamientos en
regiones «en Estados Unidos». Citando un resumen crítico del
programa enviado por un ex empleado a los directores del HTS,
Price informa que los entrenamientos del HTS «adaptaban
el proyecto COIN [counterinsurgency (antiinsurrección)] concebido para
Afganistán e Irak» a las situaciones internas «de Estados Unidos, donde las poblaciones locales eran vistas
desde una perspectiva militar como [un elemento] amenazador para
el equilibrio establecido del poder y de la autoridad y desafiante ante la
ley y el orden».
Price declaró:
«Hay
un simulacro que plantea un escenario de militantes ambientalistas que
protestan contra una contaminación provocada por una central de carbón cerca de
Misuri, incluyendo algunos miembros de la famosa ONG de protección del medio
ambiente Sierra Club. Los participantes tenían que lograr diferenciar a “los portadores de soluciones” y los “revoltosos” del resto de la
población, destinada esta última a convertirse en blanco de operaciones de
información para desplazar su centro de gravedad hacia ese conjunto de
perspectivas y de valores que constituye el “terminus deseado” de la estrategia del ejército.»
Esos juegos de
guerra o simulacros corresponden a toda una serie de documentos de
planificación del Pentágono que sugieren que la vigilancia masiva de la National
Security Agency (NSA) está en parte motivada por la preparación
con vista a la desestabilización que debe resultar de los problemas
en los sectores del medio ambiente, de la energía y de la economía.
El profesor
James Petras, titular de la cátedra Bartle de sociología en la universidad
Binghamton de Nueva York, coincide con las preocupaciones de Price. Los
investigadores en ciencias sociales subvencionados por Minerva y
vinculados a las operaciones antiinsurreccionales del Pentágono están
implicados en «el estudio
de las emociones provocados por la exacerbación o la represión de los
movimientos ideológicos», incluyendo –señala Petras– «la neutralización
de los movimientos surgidos en la base».
Minerva es un
perfecto ejemplo de la naturaleza profundamente limitada y condenada al fracaso
de la ideología militar. Peor aún, la negativa de los responsables del
Departamento de Defensa a responder a las preguntas más elementales es síntoma
de algo muy evidente: en su inmutable misión de defensa de un sistema mundial
cada vez más y más impopular al servicio de los intereses de una ínfima
minoría, las agencias de seguridad no tienen ningún escrúpulo en
presentarnos a nosotros, que somos el resto del mundo, como terroristas
en potencia.
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