viernes, 6 de febrero de 2015

Imagenes especulares del PSOE y Podemos x Ignacio Sanchez Cuenca

                       Es un análisis muy sensato que llega a una conclusión elemental: "La paradoja está clara: un partido con buenos cuadros pero sin audacia política y un partido lleno de audacia y ambición pero incapaz de articular sus ideas y ofrecer propuestas con un mínimo de rigor. ¿No hay algún Doctor Frankenstein que sepa construir con estos materiales una fuerza capaz de condenar al PP a la oposición el tiempo largo que se merece?"
 
Le falta añadir que si la ciudadanía encuentra culpable a alguno de los dos partidos de impedir la conclusión del análisis le condenará al ostracismo.  
 
Imágenes especulares del PSOE y Podemos
 
¿Se han fijado en que hay una fuerte complementariedad entre Podemos y el PSOE? No me refiero a que en la encuesta del CIS salgan prácticamente empatados en voto estimado, sino más bien a que cada uno de ellos pudiera presumir de lo que el otro carece. Sus puntos fuertes y débiles son justamente los opuestos. Me explico.


La gran virtud de la aparición de Podemos es que ha alterado profundamente el debate público sobre la crisis económica y política de España. A veces se afirma que el mérito de Podemos consiste en haber hecho un diagnóstico acertado de la situación de nuestro país, un diagnóstico que conecta con amplias capas del electorado que no se sentían representadas por los dos grandes partidos y sus medios de comunicación afines. A mí este análisis me parece incompleto. Podemos ha hecho mucho más que eso: nos ha puesto a todos a hablar sobre las puertas giratorias, la colusión y corrupción de las élites políticas y económicas, la reestructuración de la deuda, el poder excesivo de las grandes corporaciones, la falta de control democrático del Banco Central Europeo e, incluso, sobre la renta básica universal.

El debate ha dado así un giro importante. Antes de la aparición de Podemos, recordémoslo, todo se reducía a unos señores muy serios (y algo plomizos) que desde las páginas de los periódicos tradicionales exhortaban a la clase política a hacer reformas institucionales, a la vez que un conjunto amplio de expertos, tecnócratas y economistas empeñados en darle la vuelta al país, apostaban por una lista interminable de “reformas estructurales”. Ni la desigualdad ni la injusticia en el reparto de los sacrificios aparecían en sus propuestas. Todo eso ha cambiado, me parece que para bien.

En este ámbito, la comparación con el PSOE no puede ser más cruel. El PSOE se quedó sin ideas en sus dos últimos años de gobierno, preso tanto de un europeísmo ingenuo que le hacía aceptar sin rechistar todas las propuestas de la Unión Europea, como de economistas liberales que no vieron los estragos que se estaban produciendo en desigualdad social. Los años en la oposición, bajo el mandato gris y mediocre de Alfredo Pérez Rubalcaba, no hicieron sino deteriorar aún más la imagen de un PSOE que parecía desconectado de sus tradicionales grupos de apoyo. El Partido Socialista asistió atónito al surgimiento del movimiento de los indignados en mayo de 2011 y no se enteró del drama que se estaba viviendo con los desahucios.

La falta de reflejos llegó a tal extremo que Rubalcaba ni siquiera se atrevió a pedir una comisión de investigación sobre el escándalo financiero de Bankia. Cuando trató de reaccionar, con la puesta al día del discurso y programa del PSOE en la Conferencia Política celebrada en noviembre de 2013, era ya demasiado tarde: para entonces, el partido arrastraba un déficit de credibilidad enorme, según quedó de manifiesto en las elecciones europeas de mayo de 2014. Las encuestas disponibles (salvo las de Metroscopia…) indican que el cambio de líder no ha servido de momento para superar ese déficit. Si algo se le reprocha a Pedro Sánchez es que no tenga un discurso reconocible (un día es la reforma constitucional, otro un plan de rescate ciudadano, otro los pactos de Estado con el PP, otro un contrato con la clase media, etc.).

Por su parte, el lado oscuro de Podemos tiene que ver con sus dirigentes, que carecen no ya de experiencia de gobierno, lo cual es comprensible, sino de una mínima formación sobre políticas públicas y, especialmente, sobre política económica. Los fundadores son un grupo muy reducido de profesores con trayectorias académicas que podríamos calificar de “discretas”, que arrastran vicios de la peor tradición universitaria española (localismo, endogamia, exceso de retórica y abstracción, etc.).

Todo esto sería fácilmente remediable si el grupo fundador hubiese estado dispuesto a abrir el partido a gente más preparada que ellos, pero hasta el momento no ha sido así, pues el núcleo dirigente mantiene un control férreo sobre la nueva organización. El partido carece de cuadros medios que puedan hacerse cargo de las políticas con un mínimo de solvencia. Y a todo esto debe sumarse la reacción tan decepcionante (y tan parecida a la del PP) ante las primeras irregularidades y marrullerías descubiertas en la dirigencia del partido, la cual se ha escudado en “campañas de desprestigio” orquestadas por la “casta”. A todo lo cual debe añadirse una buena dosis de la arrogancia y el sectarismo político tan característicos entre quienes proceden de las filas de la extrema izquierda.

Pese a su profunda erosión, el PSOE sigue contando con gente mucho más preparada para la tarea de gobierno. El partido, además, posee una importante red social de apoyos entre altos funcionarios, técnicos, economistas, juristas, estadísticos, ingenieros, etc. Hay personas con experiencia de gestión a todos los niveles, el municipal, el autonómico y el nacional. Hay diputados con gran experiencia legislativa. Por muy ineficiente que sea la organización del trabajo en el PSOE, a la hora de la verdad no faltan expertos de los que tirar en caso de necesidad. Y debe añadirse que, hoy por hoy, la toma de decisiones interna en el PSOE parece más democrática que la de Podemos, controlado por los cinco fundadores.

Si el Partido Socialista hubiera sabido aprovechar sus recursos humanos y su capital político para lanzar nuevas propuestas, originales y novedosas, con un punto de audacia, como corresponde a los tiempos que corren, si no se hubiera acomodado en la rememoración de las viejas conquistas (las políticas sociales de la época de González, las leyes de derechos de la etapa de Zapatero) y hubiese estado atento al impacto de la crisis en los sectores sociales más desfavorecidos, su imagen podría ser hoy mucho más positiva. Pero se ha dilapidado el talento y el partido parece consumido en un lento e imparable proceso de combustión interna.

A su vez, si Podemos supiese aprovechar el amplio crédito que le ha prestado la ciudadanía en estos meses y se rodeara de gente capaz, hiciera propuestas rompedoras pero factibles y bien fundamentadas, fuera menos complaciente con las irregularidades de sus líderes y abandonase el oportunismo ideológico, podría llegar a ser un partido ganador, capaz de recoger todas las esperanzas de un cambio de rumbo profundo con respecto a la política de los últimos años.

La paradoja está clara: un partido con buenos cuadros pero sin audacia política y un partido lleno de audacia y ambición pero incapaz de articular sus ideas y ofrecer propuestas con un mínimo de rigor. ¿No hay algún Doctor Frankenstein que sepa construir con estos materiales una fuerza capaz de condenar al PP a la oposición el tiempo largo que se merece?

 

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