Guía
definitiva para entender el TTIP…
Y
algunos de sus secretos
Quién lo negocia?
Del lado europeo la Comisión
Europea en exclusiva, a través del equipo negociador de la comisaria de
Comercio Internacional, la liberal sueca Cecilia Malmström. Del lado estadounidense,
la Oficina del Representante de Comercio de los Estados Unidos, una suerte de
Ministerio de Comercio.
¿Desde cuándo se negocia?
En 1990, con la caída del
Muro de Berlín todavía reciente, Estados Unidos y la entonces CEE firmaron la
Primera Resolución Trasatlántica. El capítulo del comercio internacional entre
las dos regiones occidentales se aparcó silenciosamente pero nunca se abandonó
(como atestigua la Nueva Agenda Transatlántica, a mediados de los noventa).
Desde 2006 el Parlamento Europeo insta a la Comisión a través de diversas
resoluciones a negociar un mercado transatlántico. En julio de 2013 empezó en
el más absoluto de los silencios la primera ronda negociadora. Hoy ya van
nueve. La décima tendrá lugar en julio.
¿Cómo se negocia?
Con mucho secretismo, aunque
cada vez menos fruto de la presión política, social y mediática: aún no hay
acceso a los documentos ya cerrados (es decir, lo que se habría pactado ya,
aunque desde la Comisión se niega a eldiario.es que haya ningún acuerdo específico)
y los 751 eurodiputados pueden entrar por turnos, con muchas prohibiciones y bajo estrictas medidas de seguridad.
La simpleza de los textos
que aparecen en la web habilitada por la Comisión impiden hacerse una idea de
lo que se está discutiendo entre la UE y EEUU. Eso sí, hasta enero pasado a la
famosa Reading Room (la sala con documentos confidenciales) solo podían
acceder los eurodiputados de la comisión parlamentaria de Comercio
Internacional (conocida por las siglas INTA). Además, se pretende obligar a
Malmström a comparecer ante sus señorías antes y después de cada ronda
negociadora. La Defensora del Pueblo Europea ha exigido en varias ocasiones
abrir todavía más la transparencia del proceso.
¿Qué es lo que iba a
votar el Parlamento Europeo?
Una opinión no vinculante
plasmada en un informe cuyo ponente iba a ser el socialdemócrata germano Bernd
Lange: la Eurocámara no posee ni la iniciativa legislativa ni el mandato
negociador, pero desde el Tratado de Lisboa tiene plenas facultades para tumbar
directivas y tratados en última instancia. La Comisión ha subrayado que tendrá
en cuenta la opinión del Parlamento, aunque la votación del informe se aplazó
el 9 de junio porque la división en el partido socialista europeo amenazaba con
tumbar el trabajo de Lange. Por otra parte, a Malmström no le queda otra
que seguir las líneas rojas marcadas por el hemiciclo de Estrasburgo, ya que
éste tendrá en sus manos el voto final.
¿Traerá beneficios el
tratado?
Muchos o ninguno,
dependiendo a quién le preguntemos. Para la Comisión Europea son incalculables: tal es así que en un
estudio de 2013, cuando el debate apenas despertaba ruido, se hablaba de la
creación de “varios millones” de puestos de trabajo que para España ahora se
han quedado en 140.000. Otras estimaciones de la Comisión asumen un
crecimiento del PIB global a ambos lados del Atlántico de al menos el 0,5%
añadido. Los pros no terminan ahí: los beneficios comerciales para la UE
alcanzarían los 119.000 millones de euros anuales que se traducirían en 545
euros más al año para cada hogar europeo.
Los críticos rechazan de
plano esa visión idílica. Firmado hace 21 años (1994), el acuerdo de libre
comercio NAFTA entre EEUU, Canadá y México provocó, combinado con otros
factores, una merma de 700.000 empleos solo en Estados Unidos según las organizaciones sindicales de ese país. “Los
precedentes demuestran que cuando, por la vía de los tratados de libre
comercio, se aumenta descontroladamente el PIB de países con pobres defensas
contra la desigualdad, los ricos sencillamente se hacen más ricos. Ya nadie
cree en la Trickle-Down-Theory [teoría del “goteo de riqueza”] que
supuestamente traen estos acuerdos”, subraya el analista Owen Tudor, cercano al
laborismo británico.
¿Acabar con las barreras
comerciales?
Los grandes defensores del
TTIP se aferran a la reducción de escollos comerciales como vía sanalotodo
para apuntalar el tratado. No hay discurso de Malmström o de cualquier
partidario en el que no se enumeren casos típicos sectoriales que en la
actualidad se topan con obstáculos al exportar a EEUU: los abrigos para hombres
añaden una tasa extra del 16%, las blusas de mujer asumen aranceles del 45% y
así podríamos citar centenares de casos hasta acabar en el sector de las latas de conserva de Murcia (página 12), que abona un 15% más por
vender en EEUU.
Pero la supresión de
impedimentos técnicos para comercializar más fácilmente tiene un reverso, al
que alude la propia Comisión Europea solo con la boca pequeña: terminar con las
barreras significa armonizar toda la legislación concerniente al Estado del
bienestar en las dos áreas geográficas: la inspección, los controles de calidad
y las normativas sanitarias, la certificación de productos, el etiquetado, las
prácticas medioambientales, los derechos socio-laborales, la sanidad… El verdadero
TTIP descansa en esta homogeneización y no tanto en las facilidades que se
darán a las compañías irlandesas de mantenimiento de software o al
sector textil valenciano para colocar sus productos en Connecticut o en
Portland.
¿Y cómo se plasmará dicha
homogeneización normativa?
Otro punto sobre el que solo
se puede divagar debido a la escasa información recibida: la Comisión y EEUU
parecen haber acordado la instauración de un sistema de “Cooperación Regulatoria” reforzada cuyo funcionamiento es un
enigma y del que apenas si se sabe que contará con una suerte de consejo
troncal que trabajará con bisturí en los distintos sectores. ¿Y quién se
sentará en él? No se sabe muy bien, pero las rondas negociadoras apuntan a un
magma en el que se congregarán instituciones, lobistas, accionistas o miembros
de la “sociedad civil”, con lo que pueda significar lo segundo. La organización europea de consumidores (BEUC) ya ha alertado de una
“institucionalización surreal de los lobbies”.
¿Van a cambiar mis hábitos
alimenticios?
Si las negociaciones no van
desencaminadas, es una opción nada descartable. En el capítulo sobre seguridad alimentaria y transgénicos (conocidos por sus siglas
en inglés GMO), las conversaciones apuntan a que se dará libre albedrío a los 28 estados-miembros para legislar sobre
organismos genéticamente modificados; en materia de protección alimentaria las
espadas siguen alzadas y la UE ha dicho que mantendrá las restricciones a las
hormonas, los procesos de engordamiento del ganado y la ractopamina; EEUU su
normativa microbiológica.
Bruselas aplica el principio
“farm-to-fork” (que quiere decir que la inspección va de la granja al
plato) y Washington solo al final del proceso. Por eso causa tanto pavor en
Europa el caso del pollo clorado: en la producción industrial de pollos en EEUU
es habitual sumergir a los pollos en cloro (lejía) durante el proceso de producción, algo
que sin embargo está prohibido en la muy restrictiva UE. De ahí que los
productores cárnicos europeos se hayan alarmado ante la posible invasión de
pollos clorados.
Hay quien no piensa igual.
“Las importaciones de pollo clorado o carme hormonada no van a tener lugar”,
rechaza Marietje Schaake, del grupo liberal Alde en la Eurocámara. “Un acuerdo
de comercio no decidirá si los organismos genéticamente modificados pueden
entrar en el mercado europeo o cómo pueden entrar en el mercado, al igual que
los servicios públicos como la sanidad, la educación o suministro de agua no
tienen cabida en este acuerdo y tienen que ser excluidos”.
Las organizaciones de
agricultores y ganaderos se mantienen ambiguas en torno al TTIP, pero amenazan
con un casus belli de aceptarse el consumo de alimentos hormonados. Los
eurodiputados que apoyan el informe Lange sostienen que el texto establece un
“magnífico” control sanitario y fitosanitario.
¿Y las denominaciones de
origen?
El temor de las marcas geográficas y especializaciones
regionales (denominaciones de origen vinícolas, jamón de parma, champán
francés) no es infundado ya que EEUU no reconoce las variedades geográficas. La
Comisión ha tranquilizado a los productores asegurando que la protección
geográfica será una línea roja y que sus productos se seguirán vendiendo en
California con la etiqueta correspondiente, pero ¿quién asegura que no habrá una
versión empeorada del Ribera de Duero del vinagre de Jerez made in
Arkansas? De momento, nadie.
¿Qué más cuestiones abarca
el TTIP?
La cuestión de la
armonización de reglas tiene tantas variantes que es imposible desgranar todos
los elementos potencialmente negociables (van nueve rondas, y probablemente
solo estemos por el principio) del TTIP. Una noticia de eldiario.es en febrero propició que la Comisión cambiara su
posición sobre los productos cosméticos, después de filtrarse que la UE
aceptaría más de un millar de sustancias prohibidas por Bruselas siempre que
mediara un etiquetado indicando el potencial peligro. La estandarización
alcanza la seguridad de los vehículos, los productos farmacéuticos, la
maquinaria médica, etcétera.
Hay fervorosos partidarios,
como el sector del acero que hace poco celebró el EU Steel Day entre vivas al TTIP. Lo cuenta un directivo de
un think-tank bruselense: “Cuando el presidente del lobby acerero
proclamó ante el auditorio que esperaba que el tratado se aprobara lo antes
posible la sala estalló en aplausos. De hecho, había un cartel gigantesco en
inglés que decía: "No prestes atención a todo el ruido que sale de
Bruselas. El TTIP va a aprobarse y da igual lo que piensen algunos”.
¿Y los servicios públicos?
Si la Comisión respeta la
opinión del Parlamento Europeo, los servicios públicos (salud, educación, agua,
transporte) quedan en el informe Lange bajo decisión de las respectivas
autoridades locales, regionales o nacionales. Así ha sucedido con
infraestructuras como el ferrocarril (un campo en el que no hay ninguna
política europea común mínimamente seria, más allá de la señalización y otros
reglamentos de seguridad).
¿Y qué es el ISDS?
El ISDS (el sistema que intercede entre un país y
una multinacional en caso de litigio) implica que un tribunal, público o
privado, mediará de producirse un conflicto en el que muy probablemente esté
envuelta la gestión de la “cosa pública”.
Malmström ya ha dicho que la
Comisión apuesta por incluir este mecanismo en la negociación, aunque ha ido
dejando caer su inclinación por los tribunales privados. En la actualidad hay
aproximadamente 1.600 tribunales de este tipo en todo el mundo, la mayoría
firmados entre países ricos y países pobres o en vías de desarrollo para
garantizar seguridad jurídica a las empresas.
“Las reformas planteadas
sobre los ISDS van en la buena dirección, porque hay un rechazo a los
mecanismos hasta ahora conocidos”, explica el holandés Harm Schepel, uno de los
mayores expertos en Derecho Económico Internacional. “Mi duda es si la Comisión
va ahora a renegociar los 1.200 acuerdos bilaterales que la UE en su conjunto o
los estados-miembros tienen firmados con terceros. La realidad es que el ISDS
no aporta ningún beneficio económico y siempre supone un trato desigual en
función de si se trata de unas compañías u otras”.
¿EEUU es la gran interesada
en el TTIP?
Para nada. Estados Unidos
tiene bastante que perder. En materia alimentaria a veces garantiza más
restricciones en según qué productos. Perdería la Buy American Act, la ley federal proteccionista promulgada en los
años 30 del siglo pasado que prioriza la compra de los productos
estadounidenses (destaca el caso del azúcar y otros productos agrícolas). En
este blog se resalta la preocupación de las compañías
energéticas por el incremento brutal de las exportaciones de gas de esquisto a
la UE, el cual provocaría un aumento de los precios en EEUU. Tercero y más
importante todavía, la reforma financiera de Obama es mucho más ambiciosa que
cuantas se han promulgado en la UE a lo largo de los últimos años, a pesar de
decenas de inútiles cumbres convocadas. “Yo quiero un tratado con EEUU en el
que copiemos de pe a pa la reforma financiera norteamericana”, ha
exclamado el ecologista francés Yannick Jadot, muy activo contra el
TTIP.
¿Verá el TTIP la luz dentro
de poco?
No, con toda seguridad. Las
probabilidades de que se termine negociando en esta legislatura que vence en
2019 son incluso muy bajas, por lo que las conjeturas y las hipótesis a veces
son el único arma a favor y en contra del TTIP. Eso quiere decir que, dentro de
cuatro años, la mayoría política en Bruselas puede variar hacia posiciones
abiertamente contrarias al tratado.
Sin embargo, supuestamente
hay una gran mayoría a favor del tratado –populares (PPE), liberales (Alde),
conservadores (ECR) y socialistas (S&D) aunque con matices y un importante
cisma– lo que no ha evitado que el Parlamento Europeo fuese incapaz de votar el informe de opinión sobre el TTIP: ante el
riesgo de perder la votación, los partidarios prefirieron posponerlo.
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