“El capitalismo puede colapsar”
Wolfgang Streeck Responde
Pregunta. Los sindicatos han sido una parte
esencial de su área de estudio. ¿Estaban ahí los elementos para anticipar su
actual pérdida de influencia?
Respuesta. Las predicciones son muy difíciles de
hacer. A finales de los sesenta hubo una ola de agitación obrera, incluso en el
bloque soviético. A partir de ese momento, los sindicatos tuvieron una fuerza
creciente: la única manera de calmar ese malestar sin que subiera el desempleo
era admitir tasas más altas de inflación, una especie de fuerza pacificadora.
Pero esa medicina tenía contraprestaciones muy serias. La decisión de acabar
con esto la tomó en 1979 Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal con Carter.
P. ¿Qué pasó?
R. Cuando yo era un estudiante se decía
como una obviedad que un 5% de desempleo en una democracia era algo imposible,
la gente haría saltar por los aires el sistema. El experimento político fue
decidir jugársela. El desempleo subió al 20% en EE UU en los primeros
ochenta, industrias enteras se borraron del mapa. Ahora incluso se han aprobado
leyes para dificultar la organización sindical en Estados Unidos, el mismo país
que en los años treinta introdujo legislación para promover esto, porque,
siguiendo el modelo keynesiano, pensaban que unos sindicatos fuertes podrían
redistribuir la riqueza, producir demanda agregada y crecimiento económico.
P. Señala tres tendencias que se
retroalimentan: el aumento de la desigualdad, la caída del crecimiento y la
impresión de moneda y de deuda, algo que considera insostenible. ¿A qué conduce
esto?
R. A una situación impredecible de crisis
potencial, de interrupciones emergentes o colapsos con una intensificación de
conflictos entre países y clases sociales, y al declive del nivel y la
esperanza de vida de una parte cada vez más grande de la población. El colapso del capitalismo es posible, lo ocurrido en 2008 podría repetirse pero a mayor escala, con muchos
bancos cayendo al mismo tiempo. No digo que vaya a suceder, pero podemos estar
seguros de una tendencia: el aumento del número de personas que quedan en los
márgenes.
P. ¿Las sociedades avanzadas se acercan al
Tercer Mundo?
R. Hay países considerados sociedades
capitalistas altamente desarrolladas que presentan similitudes preocupantes con
los llamados países del Tercer Mundo. Más y más gente depende de recursos
privados para vivir bien. Luego, los países del Tercer Mundo están bajo mucho
estrés y en un proceso rápido de deterioro: la clase media y las burocracias
han perdido la esperanza. La promesa de desarrollo parece haberse roto
totalmente.
P. Apunta que la falta de una alternativa
al capitalismo produce una clase política interesada, un descenso de la
participación electoral, más partidos y una inestabilidad persistente. Pero,
tradicionalmente, la teoría política consideraba la baja participación como un
síntoma de madurez en democracia.
R. Bueno, sobre esto no había consenso,
pero la teoría era que la gente estaba tan satisfecha que no iba a votar. Yo me
fijo en tendencias, y en la OCDE hay un descenso en la participación que
coincide con otras curvas como el aumento de la desigualdad, la congelación
salarial o las reformas del Estado de bienestar. Cabría pensar que la gente
insatisfecha irá a votar, pero no. Es algo asimétrico: quienes recurrentemente
se abstienen son quienes están en la base de la distribución de la riqueza.
Ahora, sin embargo, estos ciudadanos que habían renunciado a la política están
volviendo. En todas partes vemos un ascenso de los llamados partidos
populistas.
P. ¿Qué implicaciones tiene esto?
R. Esa curva empieza a subir, pero a costa
de la estabilidad política y de los partidos del centro que están cayendo; hay
una mayor dificultad para formar Gobiernos porque los nuevos partidos tienen
que entrar en el sistema y los viejos no se fían. Los conflictos inherentes en
las sociedades empiezan a ascender y a subir al sistema político, después de 20
años de ver cómo quedaban fuera del discurso político oficial.
P. ¿Otras tendencias también cambian?
R. Las económicas se refuerzan de tal
manera que algo muy gordo tendría que pasar para que alteraran su curso. Es
como si el sistema tuviera muchas enfermedades al mismo tiempo, cada una de las
cuales podría tratarse y curarse, pero no todas al mismo tiempo. Por ejemplo, el
dramático aumento de la desigualdad se refuerza con esta gente que dispone de
una increíble cantidad de herramientas y recursos para defender su riqueza.
P. La filantropía, especialmente en
EE UU, es el mecanismo que muchos encuentran para compensar. ¿Qué opina?
R. El motivo por el que la esfera pública
no puede hacer ciertas cosas por sí misma es porque no puede cargar
impositivamente a los ricos; entonces estos se gravan a sí mismos, por supuesto
de manera menor, y lo combinan con una gran operación de relaciones públicas.
Es algo humillante para las sociedades democráticas depender de la buena
voluntad de unos pocos. Es como una refeudalización.
P. ¿Qué piensa de la revolución
tecnológica que promete otorgar más poder a la gente y plantea otro tipo de
economías?
R. Es un tema muy amplio. A finales de los
setenta, cuando estudié la industria automovilística, vi los primeros robots
entrando en fábricas. Pensamos que significaría muchísimo desempleo, y así
ocurrió en EE UU y en Reino Unido, pero no en Alemania o Japón, donde se
diversificaron los productos que necesitaban de una mano de obra muy
sofisticada. Las industrias se expandieron a un ritmo tan fuerte que el efecto
del ahorro de trabajo quedó anulado por el volumen.
P. ¿Y ahora?
R. Hoy tenemos un problema parecido con el
auge de la inteligencia artificial, estas máquinas que pueden programarse a sí
mismas e incluso crear otras. Esto ataca a la clase media, es decir, a la gente
que ha trabajado duro en la escuela y en la universidad para tener un empleo.
El estadounidense Randall Collins, por ejemplo, predice que para mediados de este siglo la inteligencia
artificial habrá causado un nivel de desempleo de al menos un 50% entre la
clase media en todas las sociedades.
P. Se ha mostrado muy crítico con el euro
y habla de un cambio en la estructura monetaria. ¿Una vuelta a las monedas
nacionales?
R. En esta vida no hay vuelta atrás, pero
algún tipo de restauración de la soberanía monetaria en los países que están
quedando atrás es inevitable. Debemos empezar a pensar seriamente en un sistema
monetario de dos niveles. Es una elección entre cirugía sin anestesia o con
algún sedante. Y si quieres hacer una vivisección en Grecia ves que no tienen
suficiente poder para resistir y está a punto de convertirse en un país del
Tercer Mundo.
P. Escribe que el capitalismo no va a
desaparecer por decreto, nadie va a salir a anunciar su caída, y habla más bien
de una mutación.
R. Mi hipótesis es que atravesaremos un
largo periodo de transición, en el que no sabemos hacia dónde vamos. Es un
mundo de incertidumbre, desorden, desorientación, en el que todo tipo de cosas
pueden pasar en cualquier momento. Nadie sabe cómo salir del problema, solo
vemos que crece. No se trata solo de las desigualdades y las finanzas haciendo
cortes por todas partes, es que también afrontamos límites en términos de medio
ambiente y políticas energéticas, así como el ataque de las periferias. Todo
simultáneamente.
P. ¿La desaparición del comunismo le está
buscando la ruina al capitalismo, que ya no tiene competencia?
R. Desde el siglo XIX existía la
presunción de que el capitalismo era estabilizado por sus enemigos, que
forzaban crisis transformativas. El capitalismo hoy es muy distinto del de
entonces, pero lo que tienen en común es el maridaje de la promesa de progreso
social con la interminable acumulación de capital capaz de crecer por sí mismo,
sin límite. La unión de estas dos cosas, la promesa de progreso y la
acumulación de capital en manos privadas, es la cuestión crítica: ¿cuánto puede
durar? Podría decirse que la acumulación de más y más capital no puede ser
descrita como progreso, toca un límite. Y si el dinamismo capitalista empieza a
tocar techo, entonces llegamos a la crisis.
R. Diría: “Karl y yo teníamos razón”. Si
nos fijamos en los orígenes de la sociología y la teoría social, se consideraba
que sus trabajos eran antagónicos, pero hoy parecen extremadamente similares.
* El profesor Wolfgang Streeck (Lengerich,
1946) pasó más de tres décadas estudiando las relaciones entre capital y
trabajo en las sociedades capitalistas. Sociólogo formado en la Alemania
escindida por el Muro, desarrolló gran parte de su carrera en Estados Unidos,
en las universidades de Columbia y Wisconsin-Madison, antes de asumir la
dirección del Max Planck Institute, centro del que es director emérito. Nunca fue muy partidario de la teoría
de los sistemas y análisis cuantitativo que triunfó en Estados Unidos a partir
de los setenta —"las publicaciones académicas se convirtieron en un
tostón"— y fue un pionero en la puesta en marcha de un programa de
sociología económica. Pero en 2008, ante una crisis económica que describe como
una experiencia casi mortal, fue cuando comprendió que la continuidad de las
sociedades y de las oportunidades de la gente en el campo laboral dependían más
que nunca del sistema global financiero: "Para entender las dinámicas de
la sociedad moderna y la vida de la gente tienes que comprender el desarrollo y
el papel de las finanzas globales como la condición dominante, había que
integrar la política del sector financiero en la teoría macro de desarrollo
social". En eso anda empeñado, como demuestran sus artículos en New Left Review. Invitado en
abril por el Centro de Estudios del Museo Reina
Sofía y el MACBA a impartir sendos
seminarios en Madrid y Barcelona, Streeck disertó sobre las crisis del
capitalismo, la vacuidad de la política y la construcción europea.
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