TRUMP Otra perspectiva
Tratando de echar por tierra el poder que le
precedió y que se aferra al control en contra suya,
el presidente Donald Trump no puede conformar su administración
apoyándose en la clase política ni en altos funcionarios. Por eso
está recurriendo a nuevas personalidades, a empresarios como él,
a pesar de los riesgos que eso implica.
Según
la ideología puritana en boga desde la disolución de la Unión Soviética, es un
crimen mezclar la política de un Estado con los negocios personales, razón
por la cual se instauró una estricta separación entre ambas cosas.
En siglos anteriores, por el contrario, la política no se
abordaba bajo una perspectiva moral sino siguiendo el principio de la eficacia.
En esos tiempos se consideraba normal asociar los empresarios a la
política. El enriquecimiento personal de estos últimos se calificaba
de «corrupción» sólo si se enriquecían en detrimento de
la Nación, no cuando la desarrollaban.
En
lo que concierne a sus relaciones con los Dos Grandes, el presidente
Trump aborda el tema de Rusia en el plano político y el tema de China
en el plano comercial. Por eso recurre a Rex Tillerson –el ex patrón
de Exxon-Mobil–, amigo personal de Vladimir Putin, como secretario de Estado; y
a Stephen Schwarzman –el mandamás de la firma de inversiones y capital
Blackstone–, amigo personal del presidente Xi Jinping, nombrándolo presidente
del nuevo órgano consultativo encargado de proponer la nueva política comercial
estadounidense: el Foro Estratégico y Político (Strategy and Policy Forum),
inaugurado personalmente por el presidente Trump en la Casa Blanca, el 3
de febrero [1]. Ese Foro reúne a 19 empresarios de muy
alto nivel. Contrariamente a las prácticas anteriores,
esos consejeros no fueron designados teniendo en cuenta si
apoyaron o no al presidente en su campaña electoral,
ni tampoco en función de las empresas que dirigen, del tamaño de
estas o de su influencia. Sólo se tuvo en cuenta la capacidad
personal de dirección de los seleccionados.
REX
TILLERSON.- Como director de ExxonMobil, Rex Tillerson concibió una forma de
asociación con sus homólogos rusos. Gazprom y, posteriormente, Rosneft
autorizaron a los estadounidenses a trabajar en Rusia, a condición de
que los estadounidenses hicieran lo mismo autorizando esos consorcios a
trabajar con ellos en otras partes del mundo. Los rusos cubrieron así
un tercio de las operaciones de ExxonMobil en el Golfo de México,
mientras que la transnacional estadounidense participó en el descubrimiento de
un gigantesco campo de hidrocarburos en el Mar de Kara [2].
Fue
ese éxito lo que le valió a Rex Tillerson recibir la Medalla de la Amistad
de manos del presidente Vladimir Putin. Pero la prensa prefiere
resaltar los vínculos personales que Tillerson estableció con el presidente
ruso y con Igor Sechin, hombre de confianza de Putin.
A
la cabeza de ExxonMobil, Tillerson se enfrentó a la familia Rockefeller,
fundadora del emporio. Pero logró hacer valer su punto
de vista y los Rockefeller comenzaron a vender sus acciones para
abandonar la compañía .
Según
los Rockefeller, el petróleo y el gas son recursos finitos, o sea
limitados, que están a punto de agotarse –conforme a la teoría divulgada
en los años 1970 por el Club de Roma. El uso de esos
recursos provoca emisiones de carbono hacia la atmósfera y así da lugar al
calentamiento climático del planeta –teoría difundida en los años 2000 por
el GIEC y el ex vicepresidente demócrata estadounidense
Al Gore [4]. Y es hora de pasar a fuentes renovables de energía.
Por
el contrario, para Rex Tillerson, nada permite validar la idea
de que los hidrocarburos son una especie de compost de detritus
biológicos. Constantemente siguen apareciendo nuevos yacimientos en zonas
donde no parecía que pudiese haber yacimientos y a profundidades
cada vez mayores. Nada demuestra que los hidrocarburos vayan a
agotarse en los próximos siglos. Nada prueba tampoco que el carbono
proveniente de las actividades humanas sea la causa del cambio climático.
Los dos bandos inmersos en ese debate han financiado un intenso
cabildeo para convencer a los políticos que toman las decisiones porque ninguna
de las dos partes dispone de un argumento determinante [5].
Pero
los dos bandos también defienden, por otro lado, posiciones diametralmente
opuestas en materia de política exterior. Es por eso que
la lucha entre los Rockefeller y Tillerson tuvo un impacto en la
política internacional. Veamos:
En 2005,
los Rockefeller aconsejeron a Qatar –cuyos ingresos provienen de
ExxonMobil– que apoyara a la Hermandad Musulmana. Después, en 2011,
aconsejaron a Qatar que se implicara en la guerra contra Siria.
Y Qatar dilapidó decenas de miles de millones de dólares
en apoyo a los grupos yihadistas.
Tillerson,
por el contrario, consideró que la guerra clandestina es buena para la política
imperial, pero no hace avanzar los negocios. Desde la derrota de los
Rockefeller, Qatar ha venido retirándose paulatinamente de la guerra y
dedica sus gastos a los preparativos de la Copa Mundial de futbol.
En
todo caso, la administración Trump no ha tomado, hasta ahora, ninguna
decisión sobre Rusia, exceptuando la abrogación de las sanciones adoptadas
en reacción a una injerencia en la campaña electoral estadounidense,
injerencia supuestamente observada por la CIA.
STEPHEN
SCHWARZMAN.- El presidente Trump inicialmente incomodó
a China al aceptar una llamada telefónica de la presidenta de Taiwán,
a pesar del principio de «Una China, dos sistemas».
Recientemente ofreció excusas al presidente Xi Jinping, deseándole
calurosamente un «Feliz año del Gallo de Fuego».
Pero
antes le hizo un regalo de lujo al anular la participación de Estados Unidos
en el Tratado Transpacífico. Ese acuerdo, que ni siquiera estaba
firmado aún, estaba concebido –como todo el conjunto de la globalización
de los 15 últimos años– para excluir a China del poder
de decisión.
El
presidente Trump ha abierto un canal de negociación con las principales
autoridades comerciales y financieras chinas, a través de los miembros de
su Foro Estratégico y Político. Un 9,3% de la empresa de Stephen
Schwarzman, Blackstone, pertenece desde 2007 al fondo soberano chino
China Investment Corp. , cuyo director de aquella época, Lou Jiwei, es el
actual ministro de Finanzas de la República Popular China.
Schwarzman
es miembro del Consejo Consultativo de la Escuela de Economía y Gestión de la
Universidad Tsinghua. Y ese Consejo, bajo la presidencia del ex primer
ministro Zhu Rongji, reúne en su seno a importantísimas personalidades chinas
y occidentales. Basta con citar a Mary Barra, de General Motors; Jamie
Dimon, de JPMorgan Chase; Doug McMillon, de Wal-Mart Stores; Elon Musk, de
Tesla Motors; e Indra K. Nooyi, de PepsiCo; quienes además son ahora
miembros del nuevo Foro Estratégico y Político de la Casa Blanca.
En
un artículo anterior, indiqué que desde su encuentro con Jack Ma
–de Alibaba e igualmente miembro del Consejo Consultativo de la
Universidad Tsinghua–, Donald Trump se plantea la posibilidad de que
Estados Unidos se incorpore al Banco Asiático de Inversión en
Infraestructura (Asian Infraestructure Investment Bank o AIIB). Si
esa posibilidad se concretara, Estados Unidos estaría iniciando una
verdadera cooperación para desarrollar las «rutas de la seda»,
lo cual haría inútiles los conflictos en Ucrania y
en Siria .
La cooperación a través del comercio.-
Desde la disolución de la URSS, la política de Estados Unidos
se trazaba según la «doctrina Wolfowitz». Para garantizar
que Estados Unidos fuese «el primero», las sucesivas
administraciones no vacilaron en librar de manera consciente toda una
serie de guerras que empobrecieron el país .
Por
supuesto, ese empobrecimiento no fue para todos. Por eso se vio
un conflicto intestino del capitalismo entre las empresas que
se benefiaban con la guerra –actualmente BAE, Caterpillar, KKR,
LafargeHolcim, Lockeed Martin, Raytheon, etc.– y las que sabían que podían
beneficiarse con la paz.
La
administración Trump pretende reactivar el desarrollo de Estados Unidos
rompiendo con el ideal de ser «el primero» y fijando como objetivo
ser «el mejor». Para eso hay que actuar rápido.
Se necesitarán años para abrir las «rutas de la seda», aunque
su construcción ya está ampliamente iniciada. Por consiguiente,
Estados Unidos no tiene tiempo para ponerse a renegociar los grandes
tratados comerciales multilaterales ya existentes. Tiene que concluir
sin demora acuerdos bilaterales para que los contratos se apliquen
de inmediato.
Consciente
de que es extremadamente difícil convertir una economía de guerra en
economía de paz, Donald Trump asoció a su Foro Estratégico y Político un
empresario proveniente de una de las grandes firmas que podrían desarrollarse
tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra:: Jim McNerney,
de Boeing.
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